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Mystery Magnet

2018 / 2019

Solvet et Coagula

Nerea Ubieto

El terreno de juego en el que nos movemos diariamente es el de lo conocido, lo común, lo visible. Ese que nos han enseñado a aceptar con resignación y que está delimitado por unas normas de participación exclusivas: si quieres ganar la partida, hay que seguirlas. La cuestión es si acaso nos interesa vencer con esas reglas o preferimos inventar unas propias, salirnos de los márgenes del tablero para experimentar con elementos que amplíen las posibilidades de sorpresa e incertidumbre. Invocar a la magia, desatar la imaginación.

 

El conocimiento puede originarse a partir del análisis de problemáticas ya planteadas, pero ciertamente, si se busca una ruptura radical, es necesario disolver los principios oxidados y adentrarse en la sombra. Las personas que se alejan de las prácticas normalizadas y creencias frecuentes, se convierten en personajes extravagantes, en la mayoría de los casos marginados, que ocupan un lugar secundario dentro de la Historia. No olvidemos que la transcendencia depende directamente del poder y que, tan sólo unos pocos, deciden qué y quienes pasan a la posteridad. De hecho, sin la insistencia de algunos colectivos y prácticas por permanecer y hacerse un hueco en el relato con mayúsculas, hubiesen sido excluidos por los que ejercían la soberanía en cada momento. Aunque los métodos de borrado, siempre dejan marcas. 

 

Las brujas, por ejemplo, fueron objeto de persecución durante siglos, especialmente en la Europa Central de la Edad Moderna donde se llevó a cabo una intensa caza entre 1450 y 1750. En su mayoría mujeres, fueron recriminadas, denunciadas, procesadas públicamente y ejecutadas por considerarse herejes del cristianismo. La iglesia y a la Inquisición fueron los principales encargados de inventar la imagen de la bruja maléfica, participando de manera activa en promover un clima de violencia y paranoia misógina que se expandió por la Europa de la época. Buena parte del impulso de odio vino de la mano de la bula papal Summis desiderantes affectibus, – emitida por Inocencio VIII en 1484 – o gracias al famoso libro sobre brujería escrito por dos monjes dominicos en 1486, el Malleus Maleficarum (El martillo de los brujos). Este manuscrito, donde se especificaban los poderes y prácticas de los brujos, sus relaciones con el demonio, la naturaleza de la brujería y el satanismo, etc, se convirtió en una de las mejores herramientas para justificar los actos sanguinarios perpetrados por los inquisidores. Las mentiras, respaldadas por el poder, proyectaron su fuerza hasta lugares insospechados, sembrando miedo y odio entre una población que estigmatizó a las brujas. No era para menos, su práctica se consideraba perniciosa y misteriosa por encima de cualquier otra.

 

De todas las supersticiones, dice el Malleus Maleficarum, la brujería «es la más repugnante, la más maligna, y la peor, por lo cual deriva su nombre de hacer el mal, y aun de blasfemar contra la fe verdadera. Señalemos, además, en especial, que en la, práctica de este abominable mal hacen falta en particular cuatro puntos. Primero, renunciar de la manera más profana a la fe católica, o por lo menos negar ciertos dogmas de la fe; segundo, dedicarse en cuerpo y alma a todos los males; tercero, ofrecer a Satán niños no bautizados; cuarto, dedicarse a todo tipo de lujuria carnal con íncubos y súcubos, y a todo tipo de asquerosos deleites.»

 

La difusión de tales informaciones desembocó en un fenómeno de histeria colectiva contra la brujería, que convirtió la magia en un delito y tuvo como consecuencia recriminaciones, denuncias, procesos públicos en masa y ejecuciones. Lo que no coincide con la ideología del poder es mejor ocultarlo, sepultarlo, dejarlo morir…Sin embargo, el germen sigue latente y en cualquier momento puede volver a brotar. Marta Serna ha buscado esas semillas y las ha regado, imaginando lo que fue y lo que pudo haber sido, rascando en los entresijos de la historia acreditada para desvelar y crear – coagular –otra versión muy diferente. 

 

Entre las grietas, Salamandra

 

La ciudad de Salamanca, conocida por su prestigioso núcleo universitario medieval, se considera desde antiguo como un lugar de asentamiento donde se transmitían enseñanzas secretas y esotéricas; en gran medida a contracorriente del statu quo del momento. Las huellas de estos conocimientos mágicos – esparcidos entre el saber oral y las escrituras – sobrevuelan su identidad más arraigada como un flujo telúrico que acompaña subterráneamente a la historia oficial. Según la mitología griega, Salamanca fue fundada por Hércules que la bautizó con el nombre de “Helmantiké”, formada por “Hela”, asiento, sitio, y “Mantiké”, adivinación, el misterio por tanto, en su propia etimología. La obra Recueil des Histoires de Troyes (1464) atribuida al autor Raoul Le Fèvre, nombra al legendario dios Hércules como fundador de una academia donde se impartían enseñanzas mágicas en una cueva de la ciudad En su libro Seis ensayos salmantinos, el escritor Manuel García Blanco, recoge el siguiente fragmento:

 

«A tal objeto labró un gran hoyo en la tierra, dentro del cual puso las siete artes liberales y otros muchos libros. Luego convocó a los naturales del país para que frecuentasen dicha cueva; pero como eran rudos y no comprendían tanta maravilla, y el mítico fundador tenía que continuar sus proezas en otros escenarios, concilió su designo de que tal estudio fuese mantenido con la construcción de una estatua suya, a la que confirió el don de la palabra, encomendándole las respuestas de los celosos estudiantes que quisiesen de veras aprender, como si Hércules estuviese allí en persona.»

 

La cueva, situada en la sacristía de la iglesia de San Cebrián, es uno de los enclaves más legendarios de Salamanca y fue tapiada durante el reinado de Isabel la Católica como prevención de las enseñanzas oscuras que allí se impartían. La figura docente de Hércules o la cabeza parlante, en seguida fue sustituida – de la mano de la tradición popular – por el mismísimo demonio. Cuenta la leyenda que ofrecía clases – relacionadas con lo mistérico y la ciencia de lo invisible – cada siete años a siete alumnos y que, al final de la enseñanza, uno de ellos debía quedarse a vivir en las cavernas o perder su sombra. La historia más conocida es la del Marqués de Villena, identificado con Don Enrique de Aragón (1384 - 1434), uno de los estudiantes adelantados de satanás, del que consiguió escapar con vida al precio de que le arrebatase su sombra, quedando así marcado de por vida como uno de sus adeptos. El que podría ser considerado como el “Fausto español”, fue apodado el Astrólogo o el Nigromante debido a su profundo conocimiento de la magia oscura. Erudito en múltiples disciplinas, escribió y tradujo numerosas obras sobre medicina, teología, astronomía y literatura, sin embargo, gran parte de su obra fue quemada – premeditadamente –, después de su muerte, por ir en contra de las creencias de la Santa Iglesia Católica. Entre sus tratados más famosos estaba el de alquimia, en el que investigó las prácticas del esoterismo. Dicen que murió en una judería en Toledo escondido de su verdugo, el diablo, y que fue allí donde creó un elixir alquímico capaz de devolver la vida a los muertos a través de un proceso de transmutación de los restos corporales, que los convertiría en un siniestro homúnculo llamado golem. El propio Don Enrique intentó aplicarse dicha medicina haciendo un trato con su criado, pero la resurrección nunca llegó a realizarse. 

    

El Marqués de Villena fue acusado de brujo y repudiado por sus coetáneos por el simple hecho de pensar de forma diferente a lo establecido. Sus amplios conocimientos de las artes negras no interesaban a los que en el momento ostentaban el poder, era preferible destruirlos para no poner en riesgo la hegemonía eclesiástica. ¿Dónde fueron estos saberes? ¿qué hubiese pasado si hubiesen salido a la luz? ¿Hasta qué punto la información puede ser manipulada, la historia cambiada, los saberes encubiertos…? Son algunas de las preguntas que pone sobre la mesa esta exposición.

 

Salamanca, debido a su paronomasia, ha sido denominada en algunos países hispano americanos, con el término salamandra, un anfibio y una criatura fantástica a la que se le han atribuido diversas cualidades mágicas. Medio dragón, medio serpiente es símbolo de la permanencia y el fuego: según la alquimia, aunque se las arroje a las llamas, no solo no mueren, sino que cobran vida y fortaleza. En ocultismo, representan a los espíritus elementales del fuego y tenerla como guía aporta claridad de pensamientos y ayuda a la elevación espiritual. Relacionar la ciudad con esta criatura nos acerca a su lado más oscuro, pero también a un conocimiento clarividente no siempre accesible: ese que se esconde entre las grietas, pero está latente habitando en el subsuelo.

 

Brujas y hechiceras: historias de mujeres y mujeres de la historia

 

Si bien encontramos algún personaje masculino en la propuesta expositiva, el protagonismo absoluto es para las mujeres: brujas, santas, madres, marginadas, influyentes, decididas, pero, sobre todo, con cuerpo y empoderadas. Todas ellas manifiestan un poder que se expresa más allá de la palabra, a través de los gestos, la rabia, la energía concentrada, el éxtasis.  Son respuestas firmes, rebeldes o subversivas contra lo que les ha tocado ser o interpretar.  

 

Santa Teresa de Jesús (1515- 1582), gran escritora mística y reformadora del siglo XVI, decidió ser monja en contra de los deseos de su padre y abandonó su casa para entrar en un convento en el que potenciar la devoción sin límites. Su consagración a Dios fue radical, a pesar de un periodo inicial difícil, gobernado por una violenta enfermedad que llegó a dejarla inmovilizada durante casi dos años. Dedicó su vida a la oración y a nutrir una profunda relación espiritual con Jesucristo, así como a la fundación de la Orden de las Carmelitas Descalzas (establecida en Salamanca, en 1570) y la escritura; sin embargo, su fervor sincero y sus testimonios no siempre fueron bien recibidos por la Santa Inquisición que la acusó de alumbrada, visionaria y profetisa. Fue procesada por el tribunal en varias ocasiones: por ejercer un entrometimiento ilegítimo en la conciencia de sus monjas, difundir falsas doctrinas sobre la oración mental o por sus libros impresos, especialmente el Libro de la vida, del que extrajeron los suficientes motivos como para poner su persona en tela de juicio. Finalmente, la Inquisición la absolvió de las acusaciones reconociendo la inocencia de su vida y su rectitud en la plegaria, pero no sin antes haber provocado una cuidada autocensura y restricciones en su obra. Santa Teresa fue otra de las víctimas de la desaprobación y el vituperio ejercidos por el poder instaurado, ese que limita y coarta, castiga e impone. Ciertas llaves se esconden porque se piensa que hay puertas que no se deben abrir, el conocimiento es una de esas llaves, las puertas son accesos a la libertad, tantas veces vetada, a tantas mujeres. Gracias a su devoción mística, Santa Teresa experimentó visiones celestiales, revelaciones y la transverberación o éxtasis, fenómeno a través del cual llegó a una íntima unión con Dios en la que se sentía traspasada por un fuego sobrenatural de la mano de un ángel: 

 

«Veíale el ángel en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios.»

La experiencia espiritual que colmaba de dicha y hacia levitar a Teresa de Jesús era también corporal, podía sentirla en su carne, deleitarse y, sobre todo, aprehenderla: adquirir toda esa gnosis íntima como una cascada de sabiduría que posteriormente volcaría en sus libros. El acceso a un conocimiento exclusivo supone, en la mayoría de las ocasiones, un costo que asumir, en este caso, las terribles acusaciones de la Santa inquisición. Marta Serna nos acerca a Teresa de Ávila como una mujer eclesiástica transgresora, capaz de hablarnos desde otro lugar y ofrecer un saber alternativo al cristianismo canónico. En concreto, pone énfasis en la transverberación, momento en el que la santa experimenta una especie de ritual de paso – o despertar – que supone el tránsito a un nuevo estado de conciencia. La santa asciende a otro nivel, su espiritualidad se corporeiza, desvirgándose simbólicamente y alcanzando una intimidad plena con Jesucristo.  Una de las escenas de la exposición representa este momento culminante en el que Santa Teresa se entrega sin límites, dejándose llevar por una fuerza superior que la traspasa y embriaga: 

 

«(…) parece arrebata el Señor el alma y la pone en éxtasis, y así no hay lugar de tener pena ni de padecer, porque viene luego el gozar.» 

 

En el dibujo, la túnica – engalanada con el símbolo de la Orden de Calatrava – se eleva por encima de su corazón como si una mano invisible tirase de ella. Al otro lado, el supuesto querubín pequeño y hermoso mucho que sostenía un dardo de oro largo, ha sido sustituido por una suerte de ángel gótico y amanerado que sostiene una daga con una calavera en la empuñadura. La versión de Serna desacraliza el relato y lo orienta hacia una sexualidad oscura, apta para transformar y empoderar.

 

La santa aparece en otra de las representaciones acompañada de un personaje clave en el Siglo de oro español: la celestina, introducida por el escritor Fernando de Rojas en 1499. Descrita en el libro como una vieja barbuda, hechicera, astuta, sagaz y malvada, eran muchos sus quehaceres más allá de procurar una relación amorosa o sexual entre dos personas; entre los más destacados, devolver supuestamente la virginidad a mujeres de toda clase y condición. Pármeno, criado de Calixto en la tragicomedia, la describe con detalle:

 

«Ella tenía seis oficios, conviene saber: lavandera, perfumera, maestra de hacer afeites y de hacer virgos, alcahueta y un poquito hechicera. (…) Con todos esos afanes, nunca pasaba sin misa ni vísperas ni dejaba monasterios de frailes ni de monjas. (…) Tenía una cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de alambre, de estaño, hechos de mil facciones. (…) Esto de los virgos, unos hacía de vejiga y otros curaba de punto. Tenía en un tabladillo, en una cajuela pintada, unas agujas delgadas de pellejeros y hilos de seda encerados y colgadas allí raíces de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y cepacaballo. Hacía con esto maravillas; que, cuando vino por aquí el embajador francés, tres veces vendió por virgen una criada que tenía.»

 

En el hipotético encuentro creado por la artista, la celestina aparece con un ovillo de lana entre las manos cuyo hilo se esconde por debajo de la túnica de Santa Teresa. Esta, por su parte, se muestra levitando, con la túnica caída enseñando sus hombros y la mirada hacia arriba, como resignada o dejándose embargar. La alcahueta se dirige al espectador con una expresión pícara en pleno acto de tejer. Curandera y sanadora de problemas ajenos, también puede ayudar y restablecer el virgo de la santa, probablemente arrebatado en su experiencia espiritual. Dos figuras tan distantes a primera vista, compartieron ser perseguidas por sus prácticas poco lícitas o cuestionadas, bien fuese desde la religión o las artes mágicas. El pasaje narra por encima de todo, un vínculo entre mujeres unidas frente a la adversidad, haciendo gala de una sintonía que la historia jamás se atrevería a conjeturar. El tejer, acción propia de las arañas y el tiempo, encierra toda una simbología que remite a la sororidad y el trabajo por disolver todo tipo de dualismos: la cultura y la naturaleza, el culto y el ocultismo, el pasado-presente, el yo-otro, lo divino y lo humano.

 

A través de toda una serie de figuras femeninas conocidas, y no tanto, Serna quiere reivindicar a las mujeres sabias y luchadoras que fueron, han sido y seguirán siendo en un futuro cercano, injuriadas y estigmatizadas: las contestatarias, las hechiceras, las ninfómanas, las histéricas, las solteras, las feas, las viejas, aquellas que sufrieron más de la cuenta por pensar diferente y conocer demasiado. Las brujas, en definitiva, de entonces y de ahora. Hablamos de mujeres valientes que quieren hacer justicia sin sangre, aunque algunas sí llegaron a ella, este es el caso María Rodríguez de Monroy – conocida como Doña María la Brava – que en la Salamanca del siglo XV ordenó matar y decapitar a los asesinos de sus hijos, colocando después sus cabezas sobre las tumbas de sus descendientes. En los dibujos, la que un día fue madre, se muestra altiva e infalible, con la mirada triunfante y unas manos-garra que sostienen de la cabellera el miembro sin vida de sus adversarios. Una imagen impactante, por su calidad expresiva y, sobre todo, por lo poco frecuente, ya que la venganza cruenta a lo largo de la historia ha tenido, mayoritariamente, nombre de varón. 

 

En contra de lo que nos han querido hacer creer, la perversión y el mal no son propios de las mujeres, en todo caso, la violencia lo es de los hombres, que siguen violando y asesinando a esposas y desconocidas a día de hoy sin que las cifras se detengan. Entre los siglos XV Y XVIII, se ha calculado que unos nueve millones de brujas fueron ejecutadas por sus presuntas creencias y crímenes. En la Edad Media se justificó semejante matanza del género femenino porque eran ellas las culpables, la «razón natural es que es más carnal que el hombre, como resulta claro de sus muchas abominaciones carnales. Y debe señalarse que hubo un defecto en la formación de la primera mujer, ya que fue formada de una costilla curva, (…) en dirección contraria a la de un hombre. Y como debido a este defecto es un animal imperfecto, siempre engaña. Porque dice Catón: "Cuando una mujer llora, teje redes". Y luego: "Cuando una mujer llora, se esfuerza por engañar a un hombre".»

 

Este discurso, sin embargo, no está para nada desactualizado, afirmaciones similares se pueden encontrar en obras actuales de directores de culto como el danés Lars Von Trier, que en su aclamada película Anticristo retrata al personaje femenino como origen de todos los males que se automutila el clítoris para reestablecer el orden natural de las cosas y cuya razón histórica se basa en la exculpación de la quema de brujas para salvaguardar al género humano del diablo. El film no tiene desperdicio. Por suerte, aquellas mujeres bravas – que sufrieron por nosotras y nos han hecho más fuertes –, también son respetadas, emuladas y reverenciadas. La presente exposición da cuenta de ello, así como los miles de mujeres que las tienen como referente: son ejemplo de coraje y resistencia, de conocimiento acumulado y pensamiento reaccionario. La palabra bruja en inglés, witch, compuso las siglas de uno de los grupos feministas más radicales surgido a finales de sesenta en EEUU: Woman’s International Terrorist Conspiracy from Hell. Las W.I.T.C.H, precursoras de las Guerrilla Girls, tomaron a las brujas como seña de identidad – si eres una mujer y te atreves a mirar dentro de ti, eres una bruja – y utilizaron los conjuros mágicos como armas de acción contra lo represivo, lo autoritario, los esquemas machistas, la ideología patriarcal, la injusticia. Así iniciaban su manifiesto:

 

«W.I.T.C.H es un todo de todas las mujeres. Es teatro, magia de la revolución, terror, alegría, flores de ajo, hechizos. Es la conciencia de que las brujas y las gitanas fueron las primeras guerrilleras y luchadoras de la resistencia contra la opresión -especialmente la opresión contra las mujeres- a través de la historia. Las brujas siempre han sido mujeres que se han atrevido a ser geniales, valientes y regresivas, inteligentes, inconformistas, exploradoras, curiosas, independientes, liberadas sexualmente, revolucionarias.»

 

Las llamadas mujeres del infierno, tenían claro que su poder individual se potenciaba al actuar de la mano de sus hermanas, el resto de brujas. Juntas podían vencerlo todo, inventar hechizos, conjurar contra sus enemigos, llevar a cabo rituales y movilizar sus cuerpos para conectar con el espíritu de sus antepasadas. 

La energía transformadora del cuerpo 

 

Decía el poeta y pintor William Blake, que la energía es la única vida y que procede del cuerpo, siendo la razón su único límite o circunferencia. Estamos acostumbrados a comunicarnos con el lenguaje verbal y dar prioridad al intelecto. Aquello que se pronuncia adquiere un valor y lo que se analiza de forma lógica tiene más probabilidades de pasar a los escritos de la historia. Sin embargo, el impacto de la expresión corporal, esa que brota de las entrañas a través del instinto, suele quedar en un segundo plano, marginada por el protagonismo del entendimiento. La obra Coven, eje central de la exposición, reivindica el poder del cuerpo como fuente de conocimiento mucho más inmediata y canalizadora de la verdad.

 

Las protagonistas son tres mujeres envueltas en la realización de una secuencia de gestos que se repiten una y otra vez, incrementando su fuerza generativa e invocando un poder otro. En el espacio se forja algo sólido a partir de una resistencia invisible, pero sentida. Se trata de una energía centrífuga que atrapa al espectador y le hace percibirse como parte de un huracán vibrante y transformador. Los movimientos frenéticos ejecutados por las mujeres, son en realidad una llamada de socorro, un grito ahogado, aunque poderoso, que representa la necesidad de dinamitar cualquier estructura opresora heredada. Se empoderan mediante el propio gesto produciendo un enigmático ritual de liberación. Hay algo primitivo y salvaje que se fundamenta la necesidad de expresar sin cortapisas, alejando la mente para nutrirse directamente del contacto corporal con la tierra. La escena es un coven en pleno funcionamiento, una reunión de brujas implorando las fuerzas oscuras. 

 

A nivel estético, los patrones marcados y cíclicos – casi convulsionados – de las protagonistas, nos remiten a la célebre obra Danza de la bruja, de la gran coreógrafa alemana Mary Wigman (1886-1973), impulsora de la danza expresionista y promotora un movimiento puro, alejado de la representación. Una de sus máximas es que la danza sea vivida desde el interior y no como algo mecanizado o aprendido, así se siente en la referida pieza de la bruja, donde la organicidad está cargada de agitaciones intensas que pujan desde las profundidades. La coreografía, un solo exento de narratividad, exploraba temas de gran dureza como la guerra, la muerte o la desesperación. La interprete mostraba su interioridad al desnudo a través de impulsos cortantes que brotaban de un proceso catártico y salvaje. No bailamos historias, bailamos sentimientos, solía decir. El resultado era una danza- trance, un conjuro en activo que expresaba los instintos enraizados a modo de latigazos perpetrados por una música igual de punzante. En la obra de Serna, el flujo de acciones es acompañado por una suerte de mantra que incrementa el poder de las diableras y les permite el acceso a lo transcendente. Las referencias a la capacidad de los movimientos para provocar realidad son incontables, todas ellas enigmáticas y perturbadoras, desde los Pases Mágicos del antropólogo Carlos Castaneda, hasta las Danzas Sagradas del místico armenio Gurdjieff o la secuencia sanadora de la serie estadounidense The Oa, en la que la gestualidad se utiliza como forma primitiva de comunicación mucho más efectiva que el lenguaje. 

 

A lo largo de sus múltiples viajes por Asia, George Ivanovitch Gurdjieff (1866-1949), entró en contacto con diversos grupos étnicos, monasterios y escuelas de sabiduría como el sufismo, cristianismo esotérico, budismo o el hinduismo en los que el conocimiento antiguo era transmitido a través de la música y la danza. Fascinado por la pureza y precisión de unos movimientos capaces de conectar las leyes del cosmos y la de la psique humana, recopiló un enorme repertorio de coreografías y danzas sagradas a partir de los cuales creo su propia enseñanza del Cuarto Camino. En ella, los movimientos tenían el propósito de materializar fuerzas de un orden superior a través del mantenimiento de una posición física concreta que permitiese desplazar la sensación de consciencia fragmentada por una percepción sensitiva de uno mismo. El objetivo era disipar los pensamientos y la imaginación para centrar la atención en las vibraciones del cuerpo y que el mundo interno – verdadera fuente de la vida – se hiciese accesible.

 

Como los movimientos de Gurdjieff, los de las tres mujeres pueden ser entendidos como un lenguaje que se ejecuta a través de gestos simbólicos muy estudiados. Los signos y desplazamientos se ofrecen como un vehículo transmisor de un saber que el pensamiento racional no puede alcanzar. Se accede a otra frecuencia. En el encadenamiento de gestos se percibe cierto tipo de proceso alquímico que les permite elevarse por encima de lo demás y llegar a un estado de presencia absoluta. Son brujas invencibles convertidas en canales de influencias superiores que pueden alimentar niveles más profundos de la conciencia humana. El conocimiento hecho energía, corporalizado. Desde el posicionamiento del espectador, anclar la mirada en los movimientos de las mujeres permite ir más allá de la imagen, dejarse llevar por el fluir dinámico y adquirir un sentido de libertad relacionado con el traspaso de los límites y la des-identificación de interferencias de la mente. Los gestos frenéticos de las bailarinas irradian cierta sustancia contagiosa y, como las Danzas Sagradas de Gurdjieff, proveen un vínculo entre el estado de vida ordinario y ese otro que se siente en contacto con lo superior, bien sea divino o demoníaco.

 

En el caso de los Pases Mágicos de Castaneda (1925-1998), aunque el origen viene de los chamanes mexicanos, el propósito es muy similar: conectar con el cuerpo energético para expandir la comprensión de la naturaleza humana y la realidad. El camino que planteaba el antropólogo, y al que denominó del guerrero, proponía un nuevo código ético y un proceso de conocimiento en el que estaba en juego la auto-transformación del sujeto. El movimiento físico, conocido por tensegridad, distribuía las energías vitales del ser humano para el desarrollo óptimo de su ser. Entre los pases mágicos destacaba la recapitulación, una técnica que permitía revivir lo vivido recuperando corporalmente las experiencias pasadas. Las brujas contemporáneas de Marta Serna parecen conectar no solo con posibles experiencias propias anteriores, sino con las de generaciones previas: con una identidad que las traspasa y asfixia, clamando justicia y redención. Pensemos en la cantidad de persecuciones, maltratos, humillaciones, muertes, violaciones…e imaginemos un procedimiento capaz de liberar toda esa maldad contenida, acumulada a lo largo de años, a través de la sabiduría y la potencia del cuerpo. 

 

La llave del conocimiento

 

Acompañando a las brujas de Coven, casi como su lacayo, aparece un personaje masculino que rodea la sala a gatas y conecta circularmente las secuencias de gestos ejecutados por ellas. Su simbolismo es ambiguo, podría ser un maestro de ceremonias que actúa como antesala de lo que va a venir, pero también un ser demoníaco que participa del ritual. Ataviado con un delantal blanco – posible alusión al resguardo sanguinolento o al mandil de la tradición masónica de Salamanca – soporta sobre su espalda tres chisteras, emblema de la magia y guiño a lo teatral. El elemento del sombrero actúa como conector de dimensiones, real y ficticia, aparente y trascendental, invitando al espectador a traspasar la barrera para situarse en un lugar mucho más flexible y aperturista. El hecho de ser tres tampoco es casualidad, aparte de ser considerado el número divino por excelencia, representa el principio universal de la alquimia – azufre, sal y mercurio – y las fuerzas de la materia – acción, reacción e inercia –. Por otro lado, la figura remite a un trilero, ese personaje que juega a la distracción respecto a dónde se halla el objeto escondido. Tras un primer recorrido pausado, vuelve hacia atrás sobre sus pasos, se queda parado mirando a cámara fijamente, abre la boca y suelta una llave. A continuación, desaparece, dejando al visitante con una clara responsabilidad: ¿estás dispuesto a coger el objeto que permanecía oculto? Se trata de la llave del verdadero conocimiento, ese que no es fácilmente accesible ni está al alcance de todos. El que tantos se esfuerzan en silenciar y por el que hay que pagar un alto precio. Los personajes de Serna lo saben porque lo han sufrido. El trilero ofrece la posibilidad de desenmascarar la mentira para construir unas bases propias. Como apunta la artista, el querer saber esta en ti, solo tú decides si merece la pena arriesgar por él. No te quedes bajo el yugo que marca la sociedad porque es donde les interesa que te quedes: adiestrado e inhabilitado para que el resto siga haciendo lo que quiere. La llave es el poder de pensar por ti mismo y esa es la única libertad que podemos tener.

 

La exposición propone un tipo de conocimiento que nada tiene que ver con el que estamos acostumbramos a recibir: filtrado, manipulado y aderezado para acallarnos y dominarnos. El que plantea es un conocimiento mucho más inmediato que enlaza con el chamanismo y las tradiciones antiguas donde la transmisión con lo superior era directa. Con el cristianismo la mediación de los sacerdotes se interpone entre el devoto y el objeto de devoción, imposibilitando la conexión con nuestro yo elevado, ese al que pretendían acceder madre Teresa, las brujas, Gurdjieff o Castaneda. El problema de nuestro pensamiento occidental es que creemos estar en posesión de la verdad y desechamos las visiones –consideradas primitivas– de otras culturas. «Esa es la forma en que nosotros, en términos de información nos aislamos terriblemente. Es nuestra tradición que insiste en unos valores propios y se enceguece ante lo que podrían ser ideas y conceptos muy útiles pertenecientes a otras culturas profundamente unidas a sus raíces y que ofrecen otras lecturas más allá de la fría y empírica ciencia.»

 

Marta Serna nos recuerda que la ciencia deriva de la magia, pero no necesariamente la supera. Es más, va a la zaga.  A través de escenas turbias y llenas de ambigüedad, la artista despliega otras formas de acceso al conocimiento para revolucionar la conciencia y eximirla de la ideología dogmática que nos encarcela en los estándares de la vida y la muerte, el bien y el mal. En su discurso hay una disolución de las dicotomías a favor de un saber integrador en el que se incluyen las artes oscuras, lo mistérico, lo sobrenatural o la alquimia. De esta última proviene la máxima “Solve et coagula” que significa que para conocer es preciso disolver y coagular, analizar y sintetizar, destruir con el propósito de construir algo nuevo. Serna indaga en la historia para dinamitarla y elaborar un imaginario propio que se expande e interconecta tentacularmente, como la orgía caníbal que muestra una de las escenas. Los personajes – reales o imaginarios – adoptan roles inhóspitos, entre la perversión y la burla, la obediencia y el sometimiento. Su mensaje pervierte y revierte lo establecido de una manera descarada, invitando al espectador a desinhibirse, pensar sin ataduras, imaginar que todo es posible y que, de hecho, acabará haciéndose realidad: porque la magia funciona, los poderes se marchitan, la historia se reescribe, las mujeres gobiernan y bailaremos juntas bajo el misterio del magnetismo lunar. El arte de Marta, como la magia, sueña con despertar la conciencia de los espectadores, pero no de una manera rigurosa o direccionada, sino lúdica, abierta, provocadora. 

 © 2020

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